Dicho de una forma académica, se sabe que la ciudad actúa como filtro de la naturaleza, aun cuando esa naturaleza haya sido ya profundamente transformada por el ser humano. Y a su vez, la vivienda actúa como filtro de lo que puebla la ciudad.

Una vez establecido esto, ¿se podría afirmar que la vivienda humana es un hábitat definido y singular? La respuesta es, más bien, que las viviendas son un macrohábitat que admite una subordinación de microhábitats en función de variables como tiempo de ocupación, actividad preferente y otras. Y que, admitiendo cierto solapamiento con su entorno, se singulariza de él por la frecuencia y reparto que tienen algunas formas de vida.

LA BIODIVERSIDAD VA POR ESTANCIAS

Las principales características de este hábitat son su temperatura y humedad, que son relativamente estables y fuente regular de energía (alimentos). No estamos diciendo que los valores de esas variables sean homogéneos a lo largo del mismo. Hay focos de calor, como la cocina y el cuerpo humano, favoritos de ciertos organismos, y otros entornos especialmente húmedos, como el baño. En algunos de ellos pasamos más tiempo que en otros: un promedio de 8 horas en el dormitorio y puede que solo unos segundos en el recibidor.

Todo ello permite caracterizar un bioma (conjunto de organismos vivos en un espacio concreto, como el intestino humano o la terraza) que muestra una representación diferencial de organismos. Así, se podría hablar del bioma doméstico y los subbiomas asociados de cocina, baño, etc., que mostrarán un mayor o menor solapamiento entre ellos.

El protagonista que sintetiza mejor el tránsito del campo a la ciudad es la salamanquesa, habitante de terrazas floreadas y exterminadora de insectos insalubres. No sabemos de ningún estudio que haya analizado las poblaciones urbanas de Tarentola mauritanica y si el nuevo ecosistema urbano ha impuesto algún tipo de selección sobre la distribución de su tamaño (más pequeñas o mayores que en el campo), alimentación o comportamiento reproductor.

Todo permite intuir que, en los tiempos que vivimos, presentarse en una casa y decir que se va a analizar la presencia de salamanquesas en la terraza no es el mejor argumento para que te dejen vía libre de entrada.

PUERTAS, ZAPATOS Y OTRAS VÍAS DE ENTRADA

Otra ruta de intercambio (una autopista más bien) es la puerta de la vivienda. Nuestros pies y la ropa son portadores de parte de la biota que albergan calles, avenidas y, por supuesto, otros edificios donde hayamos estado. La cultura oriental minimiza esta permuta intercambiando zapatos por zapatillas en el mismo umbral de la entrada, pero esta costumbre tan recomendable todavía no está muy generalizada en Occidente.

Un papel menor lo juegan las ventanas, salvo que tengan poyetes donde colocar macetas, y a la vez puedan funcionar de receptores de materiales ajenos arrojados por vecinos fastidiosos.

Y si nos permiten un estilo más íntimo, al fin y al cabo estamos en casa, qué decir de nuestras queridas mascotas, los perros sobre todo, que también nos traen gran variedad de invitados a nuestros hogares, como pulgas o garrapatas; y si bien no es nada recomendable intercambiar besos con nuestros canes, tenerlos en casa refuerza en gran medida nuestras defensas y las de los más pequeños.

NUESTROS CONVIVIENTES, LOS ÁCAROS DEL POLVO

Dejemos el ámbito académico y pasemos al doméstico. ¿Qué ocurre una vez hemos entrado en el hogar (nosotros y nuestro microbioma)? Puede que nos sentemos en el sofá y encendamos la televisión con el mando a distancia. Sin saberlo, estaremos compartiendo nuestro espacio con multitud de ácaros del polvo, cuyos excrementos son fuente principal de alérgenos. No son inquilinos exigentes, pues se alimentan de cualquier proteína que se les cruce por delante, y por eso invaden casi cualquier rincón de nuestra morada.

Después, con ese mando tapizado de microorganismos (es conveniente limpiarlo a menudo) hemos puesto una película romántica, suave y sin mucha acción; pero lo que no sabemos es que, bajo el sofá y sobre la alfombra, se está desarrollando una auténtica batalla campal entre miembros de los distintos niveles de la cadena trófica que habita esa comarca de la casa: en una esquina, cucarachas comiéndose a mohos y larvas de mosca; en la otra, ácaros devorando bacterias del polvo.

A lo mejor tenemos suerte y alguna otra inquilina visita nuestro salón, esta vez una más grande y de cuatro pares de patas. Pues si es inofensiva seremos afortunados, las arañas son el mejor insecticida para el hogar.

Ahora nos entra hambre y vamos a la cocina a picar algo, mejor haberla dejado limpia el día anterior; las encimeras, las tablas de cortar o los estropajos son algunos de los mayores focos de contaminación por microorganismos patógenos, como las proteobacterias y las actinobacterias. ¡Ojo!, igual se nos cae una miga de pan al suelo y un improvisado desfile de hormigas se la lleva como triunfo de caza, antes de que nos demos cuenta.

EL RETRETE NO ES EL PRINCIPAL NIDO DE MICROBIOS

Y, cómo no, el paso obligado por el retrete; ese habitáculo que al principio se concibió como un lugar para meditar y pensar en soledad y que ahora, con la función añadida de evacuatorio, nos parece el territorio con más bacterias de la casa. Pues estamos equivocados. La alfombrilla de la ducha, la toalla o el pomo de la puerta se llevan la palma. En este último conviven microbios relacionados con la piel, como Staphylococcus y, dependiendo del grado de higiene que tengamos, también microorganismos relacionados con la materia fecal como Salmonella o Escherichia coli.

Ahora tiramos de la cadena y se nos ha olvidado cerrar la tapa, por lo que los aerosoles del inodoro se han esparcido cuales fuegos artificiales en un cielo estrellado y han llegado a parar al cepillo de dientes, donde más de 10 millones de bacterias estarán esperando para darnos las buenas noches. Sin que nos demos cuenta, cuando apaguemos la luz del baño, un escurridizo pececillo de plata, Lepisma saccharina, que no es pez sino insecto, aprovecha para darse un paseo nocturno por la bañera.

Por fin llegamos a la habitación, el remanso de paz. Abrimos el armario para coger el pijama y despertamos a una soñolienta polilla que, tras digerir las fibras de la tela de nuestra chaqueta favorita, se estaba echando una buena siesta. Finalmente, nos tumbamos en la cama sin darle las buenas noches a nadie porque estamos solos… ¿o no?

Todas estas cosas (como decía la poesía) las hemos contado en una exposición titulada Compañeros de piso. La biodiversidad doméstica producida por el Museo Nacional de Ciencias Naturales en 2018 y distribuida por el CSIC en una versión itinerante. Su intención, lejos de ser intimidatoria ante los organismos que viven en el hogar (algunos inocuos, otros beneficiosos y también los hay perjudiciales), es que los conozcamos y sepamos qué consecuencias pueden tener para nuestra salud e higiene.The Conversation

Cristina Cánovas, Biologist at the Natural History Museum in Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y Antonio G. Valdecasas, Senior Researcher in Biodiversity at the Museo Nacional de Ciencias Naturales, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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