La viruela del mono es el último episodio de una amenaza emergente: las
enfermedades infecciosas que saltan de animales a humanos. Estas representan un
problema global de salud pública cada vez más recurrente. La sobrepoblación, una
mayor movilidad, la destrucción de ecosistemas y el comercio de especies son
algunas de las causas que explican su auge
         
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| Foto: Janice Carr, USCDCP, en Pixnio | 
por Edgar Hans Cano y Iole Ferrara Romeo
    Los humanos llevamos interactuando con los animales desde los orígenes de
    nuestra especie. Esta relación nos ha traído beneficios, como poder cultivar
    mejor el campo o alimentarnos de forma saludable, pero también perjuicios
    como las enfermedades zoonóticas, causadas por gérmenes dañinos que portan
    los animales y que pueden transmitirse a las personas.
  
  
    El último capítulo sobre dichas patologías lo protagoniza la viruela del    mono, una zoonosis viral endémica en África que desde hace unas semanas
    acumula 257 casos fuera de dicho continente, 98 de ellos reportados en
    España.
  
  
      De acuerdo con un informe de la Organización de las Naciones Unidas para
      la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 75 % de las patologías
      infecciosas son de origen animal. Estos virus, bacterias, parásitos y
      hongos ocasionan problemas tanto leves como graves y hasta pueden llegar a
      provocar la muerte. Además, se propagan mediante el contacto directo o a
      través de los alimentos, el agua o el medio ambiente.
    
    
      Ya hay identificadas más de 200 enfermedades zoonóticas, que aumentan y se
      propagan más y más rápido. Afortunadamente, algunas de ellas se pueden
      prevenir en su totalidad mediante métodos como la vacunación.
    
  
           
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| La OMS concluyó que la civeta fue la portadora del virus SARS-CoV-1 | 
ÉRASE UNA VEZ... LA ZOONOSIS
A lo largo de la historia, estas patologías infecciosas han influido en el
    ser humano y todo parece indicar que lo seguirán haciendo a escala
    planetaria. Las primeras civilizaciones de Oriente Medio, como Egipto y
    Mesopotamia, ya documentaban la existencia de la rabia. Esta antiquísima
    enfermedad zoonótica es causada por un virus de la familia Rhabdoviridae y
    se propaga a través de mordeduras o arañazos por un animal infectado.
    La forma más eficaz de combatirla es la vacunación de los perros domésticos,
    ya que son los principales responsables de su propagación. En la actualidad,
    la rabia se concentra en poblaciones pobres y vulnerables de Asia y África.
  
  
      Mucho más letal fue la peste negra, que causó la muerte a 50 millones de
      personas y generó gran alarma entre la población del siglo XIV. La
      causante de esta conocida masacre fue la bacteria Yersinia pestis, que
      habita en pequeños mamíferos y en las pulgas que los parasitan.
    
    
      Su rápida propagación vino motivada por el contacto frecuente con ratas y
      pulgas y las precarias condiciones de vida que se daban en la Edad Media.
      Hoy, la peste sigue afectando a casi 3.000 personas en todo el mundo y se
      considera endémica en varios países como Madagascar, República Democrática
      del Congo y Perú.
    
    
      En 1986, se detectaron los primeros casos de encefalopatía espongiforme
      bovina (EEB) en Reino Unido. La ‘enfermedad de las vacas locas’ consiste
      en la acumulación de la proteína prion en el tejido nervioso y se
      transmite consumiendo carne contaminada.
    
    
      Según la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), el riesgo de
      infección se da cuando el alimento está contaminado por material orgánico
      derivado de otros herbívoros. Tras obtener datos concluyentes e
      identificar las causas de la EEB, se dejó de alimentar a las vacas con el
      pienso que originó este episodio zoonótico.
    
    
      A punto de entrar en el nuevo milenio, en 1997, conocimos la gripe aviar.
      Esta nueva patología de origen animal es provocada por subtipos del virus
      Influenza A que afectan a las aves, aunque algunas de sus cepas pueden
      infectar puntualmente a los humanos y otros mamíferos.
    
  
      De 2004 a 2006 el virus se propagó entre las aves de corral de Asia a
      Europa y la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió de que la
      gripe aviar tenía potencial para convertirse en una pandemia. Si bien
      todavía no hay una mutación del virus que facilite la transmisión entre
      las personas, siguen apareciendo noticias de contagios en humanos a través
      de cepas nuevas.
    
    
      Desde finales de 2019, la humanidad convive con un nuevo virus, el
      SARS-CoV-2, que ha supuesto la primera gran pandemia del siglo XXI. Más de
      dos años después del primer brote, se sigue investigando qué animal fue el
      responsable de que este virus saltase a humanos y si hubo un transmisor
      intermedio. ¿El principal sospechoso hasta ahora? El murciélago.
    
    
      A esto hay que sumarle, en 2022, el brote del virus de la viruela del mono
      (monkeypox). Aunque no es la primera vez que sale de África, ahora ha
      llegado a varios países de Europa. Afecta a la población general y se
      transmite en cualquier contexto que implique un contacto estrecho, no      necesariamente por vía sexual. Ya se ha logrado la secuenciación completa.
    
  
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| La peste negra considerada la epidemia más letal de la historia, es también una zoonosis. Foto: UteQuintoC, en Wikimedia Commons | 
¿A QUÉ SE DEBE LA PROLIFERACIÓN DE ESTAS ENFERMEDADES?
Las enfermedades zoonóticas no son fruto de la casualidad, sino que detrás
      de su proliferación coinciden numerosos factores, que influyen tanto en
      los agentes patógenos (gérmenes) como en sus huéspedes (humanos y
      animales).
      Los cambios o mutaciones que sufren ambos para adaptarse al entorno se
      conocen como factores biológicos. En general, cuanto más simple es un
      organismo, más rápidamente cambia, dando lugar a diversas variantes de una
      misma especie. Algo que estamos viendo de cerca con el SARS-CoV-2.
    
    
      Los factores físicos, como el clima o la meteorología, determinan la
      supervivencia (o multiplicación, si la posee) del patógeno fuera del
      hospedador original. Es decir, que estos elementos brindan a virus,
      bacterias, parásitos y hongos diversas oportunidades para que puedan
      transmitirse a otras especies.
    
    Sería un error hablar de un listado de animales que hay que vigilar, porque estas situaciones son imprevisibles. La cuestión es que la interacción con animales es cada vez más intensa, tanto a escala doméstica, como en el mundo salvajeRicard Parés, presidente CCVC
      La alteración en los ecosistemas se incluye dentro de los factores
      ecológicos, entre los que también figuran la deforestación, los desastres
      naturales o la agricultura intensiva. Elisa Pérez, viróloga veterinaria en
      el Centro de Investigación en Sanidad Animal (INIA-CSIC), explica que “la
      pérdida de biodiversidad afecta gravemente al equilibrio de los
      ecosistemas. Los sistemas depredador-presa se ven alterados, algunas
      especies sufren la falta de alimentos y refugio, etc. Todo ello debilita
      el sistema inmunitario de los animales y aumenta el riesgo de que
      aparezcan nuevos virus o variantes”.
    
    
      El experto en estudios ecoepidemiológicos y profesor de la Universitat de
      Barcelona (UB), Jordi Serra, añade: “Nos hemos dedicado principalmente a
      combatir la pérdida de biodiversidad más visible e inmediata como los
      incendios o la deforestación. El problema es que nos olvidamos de que las
      dinámicas entre microorganismos también cambian. Estas alteraciones no son
      inmediatas y son más difíciles de percibir, pero también poseen un papel
      importante en los episodios de zoonosis”.
    
  
      Este fenómeno se ha agravado con los viajes en avión, permitiendo que
      agentes infecciosos puedan llegar a cualquier parte del mundo en 24 horas.
      Ha sido el caso de virus como el ébola o el del Nilo Occidental.
    
    
      Ricard Parés, presidente del Consell del Col·legi Oficial de Veterinaris
      de Barcelona (CCVC), lo ilustra con la situación en Ucrania: “Allí todavía
      hay animales salvajes con rabia que pueden transmitirla. Una vez que se
      les ha proporcionado ayuda humanitaria a estas personas, que es lo
      primordial, hay que ver si traen mascotas con ellos. Estas podrían
      reintroducir enfermedades ya controladas en territorios donde no es
      obligatoria la vacunación”.
    
    
      Por otro lado, la explotación intensiva, sea agrícola, ganadera o
      piscícola, también es otro elemento a tener en cuenta. En el mundo actual
      se explotan tanto animales locales como especies nuevas o exóticas. En ese
      sentido, destacan los mercados húmedos, caldos de cultivo idóneos para que
      surjan patologías como la gripe aviar y la covid-19.
    
  SITUACIONES IMPREVISIBLES, VIGILANCIA REQUERIDA
¿Habría entonces que identificar y vigilar una serie de animales
    potencialmente peligrosos para nuestra salud? “Sería un error –comenta
    Parés–, ya que estas situaciones son imprevisibles. A escala doméstica se
    está abriendo el abanico de lo que se considera una mascota. Los cerdos
    vietnamitas o reptiles como iguanas o tortugas son un buen ejemplo. Por otro
    lado, en el mundo salvaje también hay más interacción a través de
    actividades turísticas, como los safaris en África. No hay que generar
    alarma, simplemente son factores que hay que tener en cuenta”.
  
      El comercio alrededor de los animales exóticos, ya sea legal o ilegal,
      influye también en los episodios de zoonosis. Al trasladarlos a lugares
      diferentes de su hábitat, a menudo a miles de kilómetros, las enfermedades
      infecciosas que podrían padecer viajan con ellos.
    
    
      Es lo que ocurrió en 2003 con el primer brote de viruela del mono que se
      registró fuera de África, en EE UU. Las personas que contrajeron la
      infección fueron contagiadas por sus mascotas, unos perritos de las
      praderas. Estos roedores, en la tienda de animales, estuvieron en contacto
      con unos mamíferos procedentes de Ghana, que les transmitieron el virus.
    
  ONE HEALTH: LA SALUD DEPENDE DE TODO Y DE TODOS
Dada la gran cantidad de factores que influyen en la aparición y
      propagación de las zoonosis, no resulta extraño que los intentos por
      proteger nuestra salud sean cada vez más multidisciplinarios y
      colaborativos. En ese sentido, en los últimos años ha cobrado fuerza el
      concepto One Health, que reconoce que la salud de las personas está
      estrechamente relacionada con la de animales, plantas y medio ambiente. Es
      necesario que los profesionales de estas y otras áreas se comuniquen y
      colaboren para afrontar nuevas amenazas.
Hay que fortalecer los sistemas sanitarios, sobre todo a nivel primario. Como la pandemia nos demostró, un problema de salud en un rincón alejado del planeta es un problema comunitarioAdelaida Sarukhan, redactora científica en ISGlobal
      Adelaida Sarukhan, redactora científica sobre virus emergentes en el
      Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), explica que la salud
      debe concebirse a escala global, y no solo desde el global north (norte
      global, en español) como hasta ahora.
    
    
      “Para construir una salud global hay que colaborar para generar y
      compartir datos de calidad. Es esencial que se dediquen los recursos
      adecuados para ayudar a los países de renta media y baja a producir y
      analizar estos datos. La otra piedra angular –prosigue Sarukhan– es
      fortalecer los sistemas de salud, sobre todo primarios. La pandemia nos
      demostró cómo un problema de salud en un rincón del planeta es un problema
      comunitario”.
    
  LA CLAVE: LA VIGILANCIA
El trabajo conjunto puede ayudar a predecir el riesgo de infección humana.
      Sarukhan comenta que la acción más importante para identificar un brote
      zoonótico y evitar epidemias o pandemias es la vigilancia.
      “Se piensa que hay unos 300.000 virus desconocidos, solo en mamíferos,
      susceptibles de saltar al humano. Identificarlos e investigarlos puede
      costar entre mil y cinco mil millones de dólares, que no es nada comparado
      con el coste humano, social y económico de una pandemia”, añade.
    
  
      “Los ciudadanos podemos ayudar con cosas muy simples: no dando comida a
      animales silvestres, como los jabalíes, que pueden ser portadores de la
      hepatitis E.; o evitando dejar basura fuera de los contenedores, ya que
      eso les atrae. Para impedir la proliferación de mosquitos, que pueden ser
      transmisores, debemos procurar no tener recipientes con agua en casa. Y,
      por último pero no menos importante, lavarse las manos”, sostiene Jordi
      Serra, investigador de IRBio.
    
    
      Cuando las poblaciones humanas crecen y se expanden, las personas aumentan
      su contacto con animales y enfermedades nuevas. “Necesitamos ciudadanos
      informados y conscientes de que sus acciones diarias tienen un impacto
      sobre la naturaleza y la salud”, concluye Elisa Pérez.
    
  Artículo publicado originalmente en SINC
  


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