Banc de Sang i Teixits, Hospital Clínic, via Flickr

por Matilde Cañelles López, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC)


Cuando pensamos en la donación de sangre, nos vienen a la cabeza escenas de alguna película o serie televisiva donde el personaje llega al hospital tras un accidente o una pelea, perdiendo mucho líquido vital. Se comprende perfectamente que las personas dispuestas a donar salvan muchas vidas. Pero ¿y si además la salud de estos donantes también sale ganando?

¿POR QUÉ SON VITALES LAS DONACIONES?

La sangre es un tejido especializado que circula por los vasos sanguíneos de todos los vertebrados. Su composición es bastante compleja, con un componente líquido (suero) y otro celular (glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas). Tiene una función, por decir así, logística: por un lado, distribuye por todo el cuerpo el oxígeno que respiramos y las defensas contra patógenos, y, por otro, transporta materiales de desecho a los órganos encargados de eliminarlos. Un adulto humano alberga en su cuerpo entre 4,5 y 5,5 litros de sangre.

El problema es que, al ser un tejido líquido, podemos perder mucha cantidad en un tiempo relativamente corto. En estos casos se necesita una transfusión. Por eso, el almacenamiento de sangre humana para estas emergencias salva innumerables vidas al año. En España, donde las donaciones son voluntarias, se realizan más de millón y medio al año.

Una persona puede tranquilamente aportar del orden de medio litro de sangre cada 56 días. La razón de este tiempo de espera es que, aunque el plasma se vuelve a producir bastante rápido (unos dos días), las células sanguíneas perdidas tardan más en ser generadas, hasta un máximo de unas 8 semanas.

Ya sabemos que donar sangre puede salvar la vida de quien la recibe, pero ¿cómo queda el donante en todo esto? Pues, aparte de las ventajas que ya conocíamos, como que nos hagan un minichequeo para comprobar que reunimos las condiciones necesarias, o la satisfacción de pegarnos un buen desayuno gratis en términos calóricos, se perfilan otras importantes ventajas fisiológicas.

ACUMULACIÓN DE DESECHOS QUÍMICOS

Estos beneficios están relacionados con la facilidad que tiene el cuerpo para generar plasma tras la donación. Me explico. Si no perdemos sangre por ningún motivo, en el plasma se van acumulando todas aquellas sustancias que nuestro organismo no es capaz de degradar o expulsar. Y si esos desechos son nocivos para el cuerpo y tardan en destruirse, tenemos un problema.

Es el caso de las sustancias perfluoroalquiladas, o PFAS por sus siglas en inglés. Se trata de compuestos químicos con una gran capacidad de repeler el agua que se utilizan en la fabricación de muchos materiales presentes en objetos de uso cotidiano (Tabla 1).

TABLA 1- Dónde se encuentran los PFAS. Diseñada por Matilde Cañelles

El inconveniente de las PFAS es que son altamente estables y permanecen en el medio ambiente y en el cuerpo de los animales que las consumen. Por ello, en inglés se las llama forever chemicals (productos químicos eternos). Se han relacionado con problemas de salud en personas que acumulan ciertos niveles en la sangre.

El más estudiado es el ácido perfluoro-octanoico. Este compuesto se añade a las cubiertas del menaje de cocina para hacerlo inadherente y a algunas prendas de ropa para impermeabilizarlas. Pues bien, cuando nuestro cuerpo absorbe este compuesto, por ingestión o por contacto por la piel, pasa a nuestra sangre y sus moléculas se quedan ahí, dando vueltas por el organismo.

Lo malo es que estas sustancias pueden contribuir al desarrollo de diabetes, ya que estimulan la acumulación de grasa en el hígado, o impedir que se genere una buena respuesta inmunitaria tras la vacunación. Esto último es especialmente grave, pues se ha demostrado que los fetos ya están expuestos a ellas desde el útero. Y ya sabemos que los bebés reciben una buena batería de vacunas cuyos efectos deben durar toda la vida.

PLASMA FRESCO PARA LIMPIAR EL ORGANISMO

Pues aquí reside la ventaja de donar: al perder sangre, nuestro cuerpo comienza inmediatamente a generar plasma para compensar el líquido perdido. De esta manera, se diluyen las sustancias nocivas que circulan en el torrente sanguíneo, incluyendo los PFAS y probablemente otras que aún no hemos descubierto. Es verdad que estos PFAS los va a heredar la persona que recibe la transfusión, pero probablemente en esos momentos no es su problema más urgente.

En definitiva, parece que la donación de sangre es un proceso win-win, como dicen los angloparlantes, es decir, que las dos partes ganan en la transacción. Así que quizá debemos pensar en definirla efectivamente como un hábito saludable, además de un acto altruista.The Conversation

Matilde Cañelles López, Investigadora Científica. Ciencia, Tecnología y Sociedad, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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