por Susana Al-Halabí, Universidad de Oviedo; Adriana Díez Gómez del Casal, Universidad de La Rioja; Alicia Pérez de Albéniz Iturriaga, Universidad de La Rioja y Eduardo Fonseca Pedrero, Universidad de La Rioja


Como cada año por estas fechas se enfatiza la lucha contra un fenómeno del que sabemos que no es cómodo hablar: el suicidio. Razón de más para hacerlo. Actuar ante este problema social y sanitario es necesario para su prevención. Y, precisamente, fomentando la información, profundizando en su compresión y compartiendo experiencias, queremos dar a las personas la confianza necesaria para pedir ayuda. Prevenir la conducta suicida requiere que todos podamos, en un momento dado, ofrecer un poco de luz a quienes el sufrimiento les mantiene a ciegas.

En España, por ejemplo, once personas mueren cada día por suicidio. La sorpresa generalizada que suele producirse cuando alguien desvela esta cifra es solo comparable a la importancia de la cuestión. Se trata de un asunto urgente no solo en España, sino de un problema global sobre el que la Organización Mundial de la Salud alertó ya en el año 2014 refiriéndose a él como “un gran problema de salud pública que ha sido un tabú durante demasiado tiempo”. El informe más reciente del Instituto Nacional de Estadística arroja un triste récord en España por esta causa de muerte: casi 4 000 personas.

Este problema de salud pública no se reduce únicamente a las muertes por suicidio, sino a diferentes manifestaciones, mucho más frecuentes, que abarcan las ideas de muerte, la planificación sobre cómo morir, la comunicación del sufrimiento o de los pensamientos suicidas y los intentos de suicidio.

No se trata, por tanto, de un fenómeno monolítico, sino que puede variar en intensidad, control, duración, letalidad, impulsividad o funcionalidad, entre otros aspectos. Y, a su vez, las cifras pueden variar en función de diferentes factores como, por ejemplo, la edad, el sexo o el nivel educativo.

APOYO A LAS FAMILIAS

En cualquier caso, cada suicidio o intento de suicidio no solo supone un sufrimiento para la persona, sino también para sus familias y allegados que, frecuentemente, se encuentran desamparados, paralizados y con pocos recursos a los que acudir.

Así, si la prevención no cumple su cometido, sería necesario ofrecer apoyo al entorno cercano de las personas que han fallecido por suicidio. Es la llamada posvención que, actualmente, recae tan solo en manos de asociaciones, fundaciones o colectivos bien intencionados que cumplen esta importante función social, sin que abunden los recursos institucionales que presten este servicio.

¿Se trata de un problema sanitario? Sí ¿Se trata de un problema social? Sí ¿Es un problema individual o colectivo? Ambos aspectos mantienen una relación dialéctica irreductible a uno solo de sus polos.

Nos encontramos, entonces, ante un fenómeno complejo , multidimensional y multifactorial que se caracteriza por la presencia de sufrimiento vital y de un dolor psicológico intolerable en el que una persona, en una circunstancia determinada (construida como insufrible, irresoluble, interminable, inescapable, sin futuro y sin esperanza) decide quitarse la vida.

LAS RAZONES DEL FENÓMENO

Una amplia amalgama de factores en continua interacción parece explicar las razones por las cuales una persona decide suicidarse. No cabría, por tanto, una interpretación causal de tipo lineal ni unicausal (por ejemplo, problemas de salud mental o depresión), sino que habría que entender las conductas suicidas en los contextos biográficos, sociales y culturales de las personas y en la presencia de “sentido” en su sufrimiento, así como en la vivencia particular de sus dificultades o crisis vitales. Cualquier reduccionismo implicaría disolver la esencia misma del fenómeno.

El suicidio es prevenible. Las estrategias de prevención del suicidio propuestas por la Organización Mundial de la Salud incluyen niveles de intervención en el ámbito social, comunitario, interpersonal e individual. Al igual que nadie se suicida por una única razón, la prevención del suicidio tampoco recae en un único evento.

ALGUNAS ESTRATEGIAS PARA COMBATIRLO

En función de la población a la que vayan dirigidas, las estrategias de prevención se dividen en universales, selectivas o indicadas:

  1. La prevención universal se dirige a toda la población con el objetivo de aumentar la concienciación sobre el fenómeno del suicidio, sensibilizar y disminuir el estigma, eliminar las barreras para el acceso a los sistemas de atención a la salud, promover la búsqueda de ayuda, mitigar el impacto de las crisis o potenciar el apoyo social y las habilidades de afrontamiento.

    Algunos ejemplos serían las campañas publicitarias, los programas educativos o facilitar pautas para que los medios de comunicación ofrezcan una información mediática responsable. Efectivamente, este artículo es un ejemplo de ello.

  2. La prevención selectiva está destinada a grupos de personas específicos que tienen una mayor vulnerabilidad por encontrarse en situaciones particularmente difíciles, conflictivas o con poco apoyo o recursos. Tal sería el caso de algunos colectivos profesionales, personas con problemas de salud mental y dificultades para afrontar las vicisitudes de la vida, población reclusa, mujeres durante el periodo perinatal y víctimas de violencia, catástrofes o guerras, entre otros.

  3. Finalmente, las estrategias de prevención indicada se dirigen a las personas vulnerables que explícitamente están pensando en la muerte por suicidio como una alternativa al sufrimiento que, en esos momentos, está presente en sus vidas. Estas personas deben ser adecuadamente derivadas a los profesionales de salud mental para una correcta evaluación y comprensión del problema, junto con un adecuado abordaje clínico, entrenamiento en habilidades, grupos de apoyo y tratamiento psicológico específico.

    Así, las terapias psicológicas respaldadas por la literatura científica ofrecen la oportunidad de debatir acerca de problemas existenciales en un ambiente seguro, donde el profesional de la psicología puede validar el sufrimiento de las personas con deseos de morir (o, más bien, de dejar de vivir en las circunstancias en las que están sufriendo) a la vez que las reorienta hacia la vida con nuevas estrategias de afrontamiento.

La implementación de intervenciones sobre la base de evidencias empíricas permite la toma de decisiones informadas para la prevención del suicidio, así como una adecuada gestión de los recursos públicos. La implicación de todos y cada uno de los agentes de la sociedad es esencial. Colaboremos para que este trabajo no sea flor de un solo día.The Conversation

Susana Al-Halabí, Profesora de Psicología, Universidad de Oviedo; Adriana Díez Gómez del Casal, Profesora área psicología, Universidad de La Rioja; Alicia Pérez de Albéniz Iturriaga, Profesora Titular de Universidad en el área de Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad de La Rioja y Eduardo Fonseca Pedrero, Profesor titular de Universidad, Psicología, Universidad de La Rioja

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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