Las lluvias torrenciales que desbordaron ríos y barrancos en Valencia han
dejado a miles de personas en situación crítica, con pérdidas materiales y
riesgos para la salud. La respuesta inmediata se centra en garantizar
agua, alimentos y atención sanitaria, mientras expertos en salud pública
alertan de los peligros adicionales y preparan medidas de
recuperación
Efectos de la DANA en Paiporta - Flickr |
Es indescriptible pensar que, en tan solo unos minutos, puedes pasar de llevar
tu vida cotidiana a acabar arrastrado, sumergido por las aguas o perderlo
todo. Esto es lo que sucedió el martes 29 de octubre en varias localidades de
la provincia de Valencia debido a las lluvias torrenciales que provocaron el
desbordamiento de barrancos y ríos. La situación ha asolado un área extensa,
con núcleos urbanos bastante poblados (aproximadamente unos trescientos mil
habitantes).
Pasados unos días del desastre, todavía en medio de las labores de rescate y
limpieza, surge la pregunta de cuál es la afectación para la salud de la
población en estas localidades.
LA RESPUESTA A UN DESASTRE
El ciclo de gestión de un desastre establece cuatro etapas: prevención,
preparación, respuesta y recuperación. Pasados unos días de la DANA, en la
actualidad, la ciudadanía y los servicios de emergencias siguen todavía
inmersos en la fase de respuesta.
En esta fase se trata de organizar y ejecutar las tareas para paliar el
impacto directo: rescatar a las víctimas, encontrar a los desaparecidos y
gestionar el manejo de los fallecidos, proporcionar asistencia sanitaria
adecuada a quienes lo necesitan –atendiendo a las personas que han sufrido
traumatismos y heridas causadas por la inundación y estableciendo un lugar
adecuado donde puedan recuperarse–, proporcionar albergues para quienes han
tenido que ser evacuados, garantizar el acceso a recursos básicos como
abrigo, agua, alimentos y energía… En definitiva, estabilizar la situación,
reduciendo los posibles daños personales.
COMPARTIR CONOCIMIENTO Y ENRIQUECER EL DEBATE
La actuación no concluye ahí: continúa en la fase de recuperación. En ella,
los esfuerzos deberán centrarse en devolver a la población a la situación
anterior con el menor impacto posible para su salud. Eso implica actuaciones
en muy diversos ámbitos. Por un lado, hace falta reconstruir
infraestructuras, sanitarias y no sanitarias, ofreciendo además ayudas
económicas y laborales. Por otro, se hace precisa una atención para afrontar
los traumas, no sólo físicos sino también emocionales.
La respuesta de salud pública a un desastre se tiene que adaptar a los
riesgos específicos en función de sus causas y de la situación concreta.
Es fundamental recuperar cuanto antes todos los cuerpos de las personas
fallecidas, identificarlos y poder devolverlos a sus familiares y allegados.
Como indican los expertos y organizaciones internacionales, “en contra de la
creencia común, no hay evidencia de que los cadáveres supongan un riesgo de epidemias después de los desastres naturales”.
En una situación como la ocurrida, sin embargo, sí existe riesgo de que se
alteren o rebosen los sistemas de saneamiento, lo que eleva el riesgo de
contaminación de las aguas, junto con la interrupción de suministros básicos
como agua potable y electricidad.
La destrucción de las infraestructuras de comunicación y transporte
dificultan también la distribución de alimentos, productos de limpieza y
medicamentos. Es importante recuperar cuanto antes estos suministros. Sin
embargo, hay infraestructuras que han sido muy dañadas y la vuelta a la
normalidad puede llevar bastante tiempo.
Es imprescindible asegurar que las poblaciones afectadas tengan a su
disposición agua en condiciones, alimentos seguros y energía para poder
cocinarlos. Las autoridades y las empresas suministradoras deben hacer todos
los esfuerzos posibles para el reabastecimiento de las necesidades básicas a
la población, aunque sea con medios provisionales. De esta manera, se evitan
potenciales riesgos para la salud de las aguas de inundación y de las aguas estancadas, que pueden ser una puerta de entrada para enfermedades
infecciosas, sobre todo gastrointestinales, aunque este es, en principio, un
riesgo bajo en Europa.
La población, por su parte, debe tratar de extremar medidas de higiene para
evitar la contaminación de la comida o utensilios de cocina con estas aguas
y realizar correctamente el lavado de manos.
LO QUE ARRASTRA EL AGUA NOS PUEDE DAÑAR
Otros peligros añadidos derivan de todo lo que el agua puede haberse llevado
a su paso (objetos punzantes, cristales, maderas, fragmentos de metal…) y
que puede producir heridas.
Por otro lado en el agua que todo lo arrastra pueden colarse algunas
sustancias químicas que, tras haberse derramado o extravasado de los lugares
que las contenían -por ejemplo, combustible de los coches-, pueden resultar
tóxicas. Es importante, por tanto, que las personas que transiten por las
zonas afectadas lleven un buen calzado y ropa adecuada que las proteja, que
las posibles heridas reciban una atención adecuada y que las labores de
limpieza sean asistidas siempre que sea posible por personal con el equipo
adecuado.
Las personas con patologías previas pueden ver agravadas sus condiciones al
no disponer de su medicación habitual, especialmente si dejan de recibir los
cuidados y tratamientos que necesitan, como, por ejemplo, acceso a diálisis
u oxigenoterapia. A ello hay que añadir que algunas de estas personas pueden
haber pasado horas rodeados por el agua, con hipotermia, y tener
dificultades para haberse alimentado o hidratado correctamente. Las personas
institucionalizadas pueden haber sido evacuadas, pero ahora pueden estar en
un medio extraño en el que la desorientación aumente.
Finalmente, es muy importante considerar los riesgos para la salud mental
que supone una situación como ésta, y que pueden aparecer tanto en las
personas afectadas directamente como en quienes acuden a asistirlas.
Requieren especial atención quienes han sufrido pérdidas personales, han
visto en riesgo su vida o la de sus familiares, o han sufrido pérdidas
materiales significativas (sus hogares, recuerdos personales, comercios,
talleres, terrenos agrícolas…).
Tras la fase aguda de respuesta, además, existe riesgo para la salud
relacionado con el posible incremento de las poblaciones de mosquitos y
otros artrópodos, especialmente cuando las condiciones climáticas para su
cría en las aguas estancadas sean favorables. Afortunadamente, en esta
estación del año este riesgo es más bajo que en otras.
ATENCIÓN SANITARIA Y DE SALUD MENTAL
Hay que garantizar la seguridad alimentaria, asegurar el funcionamiento de
los sistemas de saneamiento y recuperar los suministros de agua, alimentos,
energía y medicamentos cuanto antes, aunque sea de manera provisional.
Asimismo, es necesario garantizar la atención sanitaria a las personas con
lesiones directamente relacionadas con el desastre y también con patologías
previas o con problemas de salud agudos que requieran atención urgente.
El sistema de vigilancia en salud pública, por su parte, debe intensificar
su labor para detectar precozmente posibles brotes o aparición de
enfermedades que requieran actuación urgente.
Hay que tomar precauciones para evitar la exposición a riesgos adicionales
(heridas, lesiones, posibles infecciones, sustancias químicas) a las
personas de las localidades afectadas y a quienes acuden como voluntarios a
ayudar.
Es necesario ocuparse de los riesgos emocionales y de salud mental, desde
este momento y a lo largo de las fases de respuesta y recuperación.
Una vez superada la crisis, es importante hacer un análisis de las medidas
de todo tipo que puedan tomarse cara minimizar los efectos de futuros
fenómenos atmosféricos adversos que puedan agravarse en el futuro debido al
cambio climático.
Artículo escrito con el asesoramiento de la Sociedad Española de Epidemiología
y publicado en The Conversation y SINC
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