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Como enfermero, el padecer y la muerte de mis pacientes no me son extraños. La mía no es una profesión fácil, pero sí muy gratificante. Tengo el privilegio de poder contemplar todo el ciclo de la vida, desde el nacimiento hasta el irremediable ocaso.
Pero, ¿qué pasa cuando un compañero de trabajo es diagnosticado de una enfermedad incurable y cuya evolución le conducirá irremediablemente a su fallecimiento?
De primeras se rompe en mil pedazos la falsa coraza que llevamos los sanitarios, y hace creernos invencibles. La muerte es un proceso biológico natural que nos afecta a todos los seres vivos, para morir debemos estar vivos, pero para los que sobrevivimos nos recuerda que somos mortales.
Muy duro es asimilar que debes cuidar y acompañar a tu compañero en el camino cruel hacia su muerte. Es un acontecimiento radical que no sabes cómo encajar y gestionar. Y cuando te comunican la noticia de su defunción, el shock que padeces es indescriptible.
Cuándo la pena te rompe el corazón por el fallecimiento de tu colega, con el que has pasado innumerables noches de guardia, días de Navidad y has compartido confidencias en las largas madrugadas de trabajo, no sabes cómo gestionar el dolor que te invade. En ese momento eres plenamente consciente de lo importante que era aquella persona para ti y que has cuidado mientras se apagaba.
Las diversas situaciones, las sonrisas y risas que habíamos compartido a lo largo de los años de trabajo codo con codo, pasan a ser un recuerdo de gran valor y que no quieres olvidar con el paso del tiempo.
Aunque nuestros orígenes y creencias eran tan distintas, nos unía nuestra vocación de servició hacia las personas enfermas y sus familias. Orgulloso estoy de poder afirmar que el respeto mutuo era el eje en nuestra relación profesional.
Pero la rueda sigue girando, te encierras en tu consulta a llorar, y esperas a que se te deshinchen los ojos rojos para seguir atendiendo a los pacientes, con tu corazón roto.
El tema tabú de la muerte entre el personal sanitario, repercute en que tengamos actitudes que condicionan los cuidados que brindamos a los pacientes en su final de vida, y de sobremanera en nuestro autocuidado.
Faltan intervenciones para promover la resiliencia y las estrategias de afrontamiento del final de vida en el colectivo de sanitarios. Necesitamos desarrollar competencias para mejorar el impacto que nos supone afrontar la muerte en nuestro día a día, y en especial por el fallecimiento de una persona que trabaja a tu lado.
La muerte de un compañero en el ámbito laboral afecta al rendimiento del resto de equipo. Las empresas deberían proporcionar recursos para garantizar el bienestar de los empleados, promoviendo momentos y espacios de expresión.
Que poco o nada se cuida el bienestar emocional de los sanitarios, solo nos queda el consuelo de los buenos amigos y familiares que nunca te abandonan y te ayudan a seguir adelante.
In memoriam: Andriy Sukhlyak Misyuk
Francesc Grauet, Enfermero Especialista en Enfermería Familiar y Comunitaria, Máster en Atención Prehospitalaria y Hospitalaria Urgente
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